jueves, 23 de enero de 2014

Hogar El Olivo: Recuerdos de la infancia.

El "Hogar El Olivo", es una residencia, o un hogar como ellos lo definen, donde viven niños y niñas en riesgo de exclusión social debido a sus situaciones personales y familiares. Para quien no conozca la labor de este tipo de centros es básicamente proporcionar un "hogar" donde residen estos ninos/as con edades comprendidas de entre 3 y 18 años. Reciben una educación, ropa, alimento...etc... Cosas que a lo mejor su familia no pueden proporcionarles en la medida que ellos necesitan.

Conozco bien este tipo de hogares, ya que he vivido durante años en un par de ellos, y aunque no tengo gratos recuerdos de mis estancias, me consta que en este caso no es como en mi caso personal. Quizás porque ahora lo veo con los ojos de un adulto y no con los ojos de un niño que no entendía porque tenía que estar separado de su familia durante gran parte del año y a la cual visitaba solo en épocas vacacionales y a veces ni eso, conviviendo con extraños, y teniendo que seguir una disciplina a veces casi militar. Donde la ley del más fuerte entre los propios niños era diaria, y sobre todo donde no te tenias que dejar comer la merienda. Siempre había algún compañero con el cual establecías una amistad y donde algún educador era tan amable y tenía tan buen corazón que se permitía el lujo de saltarse algunas normas para hacerte más llevadera la estancia.

El mes pasado tuve nuevamente la oportunidad de colaborar, como los últimos 3 años, donde nos hacen llegar una carta con necesidades que tienen cada niño, y donde nos invitan a intentar conseguir poder cubrirlas dentro de nuestras posibilidades. Este año las necesidades no eran juguetes, nunca lo son, si no que más bien eran chandals, calzado, pijamas,.... y viendo que nos iba a costar más convencer a la gente de que aportase dinero, decidimos comprarlas y pagarlas de nuestro bolsillo.

Así que allí que nos presentamos cargados de paquetes, pues al final también nos tiramos a la piscina y compramos una serie de regalos para cada niño. Estuvimos visitando las instalaciones, y cada niño nos iba enseñando sus habitaciones, sus salas de estudio, sus salas de juegos..... Millones de imágenes y recuerdos se agolpaban en mi mente mientras recorría esas instalaciones de la mano de una niña de 7 años que no paraba de insistirme en que su habitación era la más ordenada y que había aprobado todas las asignaturas. A la vez yo estaba empeñado en hacerme con la amistad de un pequeño de 3 años, al cual me había tocado comprarle los regalos y el cual me observaba entre cortado y curioso. He de decir que al final conseguí no solo hacerme con su nombre Eliot, sino con su sonrisa y sobre todo sus abrazos.
Todo estaba recogido, ordenado, limpio, y sobre todo realizado por ellos mismos. Me hizo recordar también porque tengo esas manías de intentar dejarlo recogido todo, de tratar de desordenar lo mínimo posible, porque así uno tendrá que colocar menos. Aunque he de reconocer que con el paso de los años, he abandonado ciertas manías de ordenar, incluso me permito el lujo de ser desordenado en determinadas cosas.

Una vez recorridas las instalaciones, nos dirigimos a la sala donde habíamos depositado anteriormente cada paquete con su nombre, 2-3 paquetes por niño. Cada uno se sentó donde estaba su nombre indicado, nerviosos pero sin tocar nada, esperando la orden de comenzar a desempaquetar cada uno lo suyo.
Y a la voz de ya, se abalanzaron como lo que son, como niños, gritando de alegría cuando abrían un chandal, unos calcetines, unas zapatillas,..... era asombroso como un pequeño puede ilusionarse con una simple camiseta, en este primer mundo donde hemos olvidado lo importante que es tener nuestras necesidades básicas cubiertas.

Luego nos pusieron un vídeo resumen de lo que había sido el año que finalizaba, fiestas de cumpleaños, excursiones, y Eliot que no paraba de cogerme la mano, y de chillar cada vez que salía en alguna de las fotos, en sonreír con esa sonrisa tan blanca, enmarcada en una piel tan negra que no hacía más que engrandecerla cada vez más.

Y como broche final les pusimos una piñata llena de caramelos, gusanitos, dulces.... donde se abalanzaron nuevamente como locos tratando de coger el mayor número de chucherías posible. Mostraban el botín recogido por cada uno,  cual tesoro pirata y de una manera tan tranquila lo terminaron depositando en una bolsa común para disfrute de todos en general.

Luego vinieron los abrazos, las despedidas, los besos y agradecimientos, porque al día siguiente era día de colegio y tenían que hacer los deberes, cenar y acostarse temprano. Un pequeño obsequio en modo de piscolabis, miles de preguntas, donde las monjas que llevan el Hogar nos contaban cada situación, cada historia, muy por encima porque ante todo está la privacidad de cada niño.

Abandoné el Hogar con una mezcla entre alegría, melancolía y ganas de llorar por todos los recuerdos que me vinieron, por pensar en el futuro de esos chavales, por agradecer que existan personas que se preocupan de los niños desamparados pero también maldiciendo que tipo de mundo es este que permite que un niño no pueda dedicarse a ser eso, un niño.



Por si alguien le interesa saber más:
http://www.surgam.org/articulos/503/MESA%20REDONDA/02.%20CENTRO%20DE%20ACOGIDA%20DE%20MENORES%20-%20HOGAR%20EL%20OLIVO.pdf

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